LA OBRA MAESTRA, DEFINIDA
¿Qué sucesión heterogénea de historias, opiniones e ingenio se dan en la creación de una obra maestra? ¿Cuáles son los elementos necesarios para elevar una creación a la categoría de obra maestra, ya sea una pintura que ven millones de personas a lo largo de los siglos, una obra de arquitectura que reimagina lo que puede resultar de una estructura funcional o una escultura que altera el modo en que la sociedad se entiende a sí misma?
"Resultaba evidente que es extremadamente complicado, si no imposible, articular una definición de obra de arte que sea aceptada universalmente", escribió el antiguo director del Louvre, Henri Loyrette para "The Louvre and the Masterpiece", una exposición que tuvo lugar en 2009 en el Instituto de Arte de Mineápolis.
Ciertamente, cuesta sintetizarlo todo con exactitud. Sabemos que son regalos para todos, objetos que viven más allá de los límites del tiempo. Son distintos a nada que haya existido antes. Nos enseñan algo nuevo, nos hablan de un lugar en el tiempo y en la cultura, se comunican con nosotros de una forma única.
La Mona Lisa es el ejemplo que más rápido se nos viene a la mente. Existen incontables retratos renacentistas. Y pese a ello, el misticismo que encierra la sonrisa de esta mujer sentada de cabello oscuro ha hecho que el trabajo de Leonardo da Vinci haya contagiado tanto a expertos como a meros observadores. De acuerdo con el comisario del Louvre Jean-Pierre Cuzin: “Toda la historia del retrato depende de la Mona Lisa. Si observas el resto de retratos…, si observas los de Picasso, todos los que se te ocurran, todos estaban inspirados en este cuadro.”
Esta influencia e intriga, refractada a lo largo de los años, es señal inequívoca de una verdadera obra maestra. Desde las preguntas acerca de su identidad al descubrimiento de los trazos originales escondidos tras las capas de pigmento de la pintura, la Mona Lisa nunca ha dejado de sorprendernos. Pero la intriga no es suficiente para crear una obra maestra.
Se podría argumentar que una obra maestra comienza rompiendo moldes. La demoledora Escuela de Diseño Bauhaus, por ejemplo, con su férreo afán por eliminar todo menos lo estrictamente necesario, favoreciendo líneas mínimas y acabados limpios –tan distinto de las otras grandes convenciones arquitectónicas y decorativas de principios del siglo XX– tuvo como resultado un diseño estructural vanguardista, como podemos observar en la icónica y minimalista Villa Tugendhat en Brno, República Checa.
Los principios estéticos del primer director del movimiento Bauhaus, Walter Gropius, así como los de sus sucesores, Hannes Meyer y Ludwig Mies van der Rohe, siguen teniendo eco en la actualidad. Lo podemos apreciar en los bloques de edificios del siglo XX en toda Europa, exentos de cualquier adorno y simples por naturaleza. Y eso que en sus inicios, la escuela Bauhaus tuvo que afrontar la persecución de los poderes políticos conservadores, que temían su radical innovación y compromiso con nuevas formas de pensamiento.
Quizá la paradoja más sorprendente de una verdadera obra maestra es que es tan icónica —continuamente citada y representada— como eternamente misteriosa. Imaginemos las infinitas réplicas del retrato de Adele Bloch-Bauer I de 1912 del artista simbólico austríaco Gustav Klimt, también conocido como ‘La dama de oro’, siempre cuestionado por la naturaleza de la relación del pintor con su musa.
En este caso, la curiosidad radica –al menos en parte– en el uso resplandeciente de los tonos brillantes: “La imagen dorada de Adele Bloch-Bauer I me hechiza aún como estudiante de historia del arte”, ha afirmado el Dr. Tobias Natter, historiador de arte afincado en Viena. También podría deberse al contexto histórico único en el que la pieza fue producida, en el que las mujeres luchaban por lograr una libertad educacional y social.
“La brillante carrera artística de Gustav Klimt coincidió con un periodo de ebullición cultural, social y política que fue testigo de los cambios fundamentales en la posición que ocupaban las mujeres en la sociedad”, apunta el escritor y comisario Dr. Jill Lloyd en el libro de Natter de 2016 Klimt and the Women of Vienna's Golden Age 1900–1918.
Este interés por conocer las técnicas empleadas y el contexto social en el que se produjo la obra subraya su estatus como obra maestra. Ya sea por su misterio, su influencia, su belleza o su contexto, una obra maestra por encima de todo narra una historia –de lo que ha sido y de lo que es. Dibuja las líneas de quienes nos precedieron, de una persona a otra, a través de valores compartidos y una apreciación por la atemporalidad.
Toda obra maestra nace rompiendo moldes. Cuando es desvelada, nos sorprende con su audacia. Nunca es estática –se mueve por el tiempo perpetuando y elevando su impacto.
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